Papeles y papelazos
Papeles y papelazos
Por Augusto Chacón
Publicado originalmente el 16 de abril de 2016 en Milenio Jalisco.
Un amigo, acucioso lector de diarios, con el ánimo de estimular una tarde de café, comentó respecto al caso Panama papers: no todo el dinero puesto en paraísos fiscales, en negocios off shore, conduce a un criminal; si te va bien y aquello que haces deja buenos dividendos, luego de pagar los impuestos es natural que busques llevar tus recursos a otro sitio, aquí no puedes exponerte a que si tienes más de un millón en la cuenta (y no hablaba de él) algún empleado de banco «te ponga el dedo» y después te extorsionen o te secuestren, o a alguien de tu familia; si estuviera en ese dilema, dijo, yo no me expondría.
No queda sino aceptar su punto de vista y preguntar, retóricamente: ¿son de fiar los bancos en México, podemos estar seguros de que ningún delincuente se enterará de nuestros depósitos, retiros y ahorros? Lo que mi amigo comentó es una de las lecturas posibles del famoso sucedido, pero a partir de ese ángulo otras reflexiones se antojan. Supongamos que una buena parte del dinero encargado al despacho Mossack Fonseca es lícito y que los fondos cumplieron en su país de origen con las leyes tributarias, de este modo, ya cerrado el ciclo ingreso-gasto-comprobación-tributación, se le antoja a los propietarios que para el siguiente periodo de ese dinero el porcentaje a pagar de impuesto sobre la renta sea menor y que el proceso fiscal sea menos estresante. Luce natural, después de todo, el único fin del capital, según el economista David Harvey, es acumularse, y todo lo que inhiba el logro de esa meta es un obstáculo que no se puede evitar sino después de producir lo que llamamos una crisis; y los hay, obstáculos, sociales, como la equidad, la justicia, erradicar la pobreza, el hambre, la ignorancia, o ambientales o políticos, un catálogo rico de barreras emperradas en impedir algo tan simple y llano como la acumulación. De este modo, insisto, nada más lógico que llevarse el dinero a donde los estorbos sean menores. La reacción de la Secretaría de Hacienda de México, el tono de ella y su contenido, apuntan a ese rumbo: calma, calma, la estridencia de las notas generadas por Los papeles de Panamá no es necesaria, no hay que culpar sin conocer.
Está bien. Aceptemos meditar sin aspavientos y supongamos, otra vez, que lo previamente descrito es el supuesto en el que caen muchos de los bienes monetarios descubiertos por el Consorcio Internacional de Periodistas: maximizar los rendimientos de manera legal, de un dinero legal, para que la bendita acumulación suceda. Y recurramos a la fórmula de las preguntas retóricas: ¿por qué los funcionarios públicos, mandatarios y empresarios que mudan parte de su fortuna a territorio off shore no se tragan el anzuelo de que su país, según sus gobiernos y según cierta iniciativa privada, es el mejor para invertir, tal como los demás debemos tragarlo? Luego de la reacción del gobierno mexicano, ¿seguiremos creyendo que es real el optimismo de Videgaray respecto al crecimiento económico de la patria? Las sospechadas respuestas serán muestra de la conocida paradoja: lo legal no es necesariamente legítimo.
El lunes anterior, en El Universal, la ex titular del Instituto Federal de Acceso a la Información, Jacqueline Peschard, afirmó: «Los ‘Papeles de Panamá’: un triunfo de la transparencia»; los periodistas que hicieron la chamba han de haber dicho: nadie sabe para quién trabaja. Poner en la vitrina pública esos papeles fue mérito de un viejo amigo de la libertad, de la democracia y de las y los ciudadanos: el periodismo de investigación tan extrañado. Ahora que Shakespeare está por cumplir cuatro siglos de muerto, viene bien citarlo: «algo huele mal en Dinamarca», y en Panamá, y en México y en España, sólo que el guardia que lo dice en el drama del inglés, Hamlet, parece anunciar la aparición del espectro del rey muerto, en esta ocasión reconocemos el hedor cuando el fantasma depredador de la acumulación a toda costa hace varios actos que entró a escena.