Maneras de medir candidatos
Maneras de medir candidatos
Por Augusto Chacón
Publicado originalmente el 24 de enero de 2015 en el periódico Milenio Jalisco.
A la acumulación de palabrería para explicar, justificar, ocultar, evadir y distraer, le llamamos rollo, y se ha vuelto una mercadería, no porque tenga clientes directos, sino porque es el sucedáneo de la cosa, de aquello que originalmente era el objeto. Ahora somos expertos catadores del rollo, lo reconocemos al afirmar: dijo lo mismo, aunque no le puse atención, y al final reconoció algo (lo que sea); el emisor del rollo pasó a un desenlace que por un minuto lo mostró verdadero, lo que sorprende, porque la verdad es ajena a la naturaleza del rollo. O bien no es extraño que aseguremos: es un rollero, o rollera, pero es simpático y aunque no le entendimos nada, de repente soltó frases chistosas; o sea que el rollo es intrínsecamente solemne, aburrido.
Parecería una inutilidad discurrir sobre uno de los rasgos más comentados del ser mexicano, el rollo. Quizá. Pero si dedicamos unos minutos a pensar en lo que nos rodea según el código rollo, terminaremos por asustarnos: se ha infiltrado a nuestra vida cotidiana, tiene un costo –directo e indirecto- y representa un peligro. Y no necesitamos reducir el fenómeno a la ubicua, multidimensional y perniciosa clase política, cuyos miembros echan rollo hasta para pedir un tequila: amigo mesero, qué gusto volverlo a ver [y el personaje público va todos los días a ese restaurante], ¿qué tal la familia?, ¿resolvió aquel asunto que me platicó?, fíjese que quiero un tequila, pero claro, si usted me recomienda algo más, con toda confianza, ya sabe que yo soy materia dispuesta, hoy es un día que para mí… etc.
Miremos al fantástico mundo del deporte profesional en México. El equipo de futbol más famoso, lo que debería traducirse en que es uno de los que más dinero debería ganar, y hasta traer divisas, las Chivas, hace años que dejó de producir y vender la materia prima que lo hizo parte de la identidad nacional: triunfos deportivos, bueno, ya ni siquiera ofrece el concierto de la calidad técnica y mental de sus jugadores, se ha quedado en el poco rentable trafique del rollo, lo que ha puesto a sus seguidores en la penosa situación de ser inversionistas de futuro: no van al estadio o ven sus juegos por televisión para disfrutar lo que once profesionales son capaces de hacer en el presente, sino para atestiguar el inexorable avance al abismo llamado “División de ascenso”, por primera vez en más de cien años están en el trance de bajar de categoría, ¿y con qué anestesian los dirigentes de Chivas a su sostén económico y moral, los aficionados? Con bonitos e inacabables rollos cada fin de semana, lo que han declarado temporada tras temporada no se refleja en su juego, ni en los resultados.
Los encargados del equipo Guadalajara bien podrían iniciar sus conferencias de prensa así: honorables medios de comunicación, queridos seguidores, señoras y señores, hemos avanzado, sin duda, pero sabemos que aún falta mucho por hacer y en eso estamos, con energía y sinceridad… El esquema es similar al que vemos en los asuntos importantes y trascendentes, como en el caso Ayotzinapa o con los más visibles sucesos de índole judicial en el país: confundir el rollo con las resoluciones, la verdad con la verborrea. La comparación es extrema, pero se trata de mostrar cómo la política, la economía, la cultura y el deporte, terminan por ser reflejo de lo que como sociedad aceptamos como moneda de cambio, hoy es el rollo, que no construye pero no cuesta.
Los Charros de Jalisco en el beisbol, que parecía espectáculo minoritario, son ejemplo en sentido contrario: sin rollo se concentraron en el corazón del negocio: jugar para ganar; las consecuencias fueron estadios llenos, diversión para muchos y buenos dividendos. ¿Habrá un ejemplo similar en el espacio político del estado? ¿Un partido, un político, un funcionario que casi en silencio esté más allá de la transparencia: en la rendición de cuentas, porque los frutos de actos pueden prescindir del rollo?