La pesadilla de las precampañas
La pesadilla de las precampañas
Por Juan Carlos Núñez
Publicado originalmente en el periódico La Crónica Jalisco el 13 de enero de 2015.
Comenzó el año con la pesadilla de las precampañas electorales. A toda hora, uno tras otro, la radio y la televisión nos endilgan anuncios de los precandidatos en los que nos enteramos de lo “bueno” que son y lo mucho que se interesan en “servirnos”.
Como si fueran ajenos a los partidos que nos gobiernan hoy; como si los gobernantes y legisladores que están hoy en funciones nada tuvieran que ver con ellos, los precandidatos repiten las promesas de cada campaña: seguridad, lucha contra la corrupción, bienestar… Como si sus partidos nunca hubieran tenido acceso al poder, como si no fueran ellos mismos exfuncionarios que acaban de dejar sus cargos. Porque las promesas que comienzan a delinear son las mismas que ellos y sus partidos bien pudieron haber impulsado desde los gobiernos y espacios de poder que ya tienen.
Pero si en sus anuncios nos dijeran que ya gobernaron y nos dijeran qué hicieron como funcionarios o cómo votaron, los ciudadanos contaríamos con mayores elementos para decidir. Ésa es la razón por la que los vendedores que los asesoran se encargan de hacerlos aparecer como “ciudadanos buena onda” desligados de los grupos de poder desde los cuales operan.
Por eso los vemos rodeados de niños y de viejitas y no abrazados de otros políticos, gobernantes y líderes de los poderes fácticos. Por eso no nos dicen a favor de qué han votado, qué decisiones han tomado, cómo han negociado, quiénes son sus amigos, a qué grupos de interés responden. En los discursos propagandísticos, los precandidatos aparecen desligados de su entorno político.
Es lógico que no lo hagan ellos. Pero es tarea de la prensa libre informarnos quiénes son realmente los precandidatos para que los electores podamos contar con información de calidad que nos permita tomar decisiones más razonadas.
La propaganda es el autoelogio y está dirigida no a impulsar proyectos de comunidad ni a sostener discusiones políticas, sino a acceder o a conservar el poder y sus privilegios. La política ha dejado de ser una tarea intelectual para convertirse en un plan de ventas.