Horizonte o frontera

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Augusto Chacón / Opinión

Horizonte o frontera

Por Augusto Chacón

Publicado originalmente el 02 de abril de 2016 en Milenio Jalisco.

Primero, las convicciones: apoyo activamente la igualdad de género, también la no discriminación. Sostengo que el racismo, las diferenciaciones por preferencia sexual, religiosa, por género y por poder adquisitivo son anomalías que debemos erradicar. Después, el tejido complejo que traman la libertad de expresión, las aspiraciones de igualdad y justicia, la comunicación masiva en una sociedad con deficiencias educativas severas, el consecuente consumo acrítico de lo que sea, que lleva al estado cíclico de la cuestión: ciertas expresiones de la cultura popular estridente propician la violencia de género y la idealización de la vida criminal, o esto último perfila algunas de las manifestaciones culturales.

A la plenitud de la libertad de expresión no se llega y ya, es una construcción constante, avanza, retrocede y siempre está amenazada. Hoy luce natural que el dinero sea un valor más apreciado; ante él, la libertad pierde la línea recta, rodea, se disfraza con eufemismos y, sobre todo, con silencios: preferimos mirar de lado y suponer que no es que alguien perverso la inhiba, más bien, para qué arriesgar una inversión económica, la fuente de empleo o la vida por decir la verdad o por sacar lo oculto que daña a la sociedad. Por encima de la libertad de expresión el espacio infranqueable de la intimidad y el derecho a la privacidad de los y las otras, también el respeto a la edad de quien se vaya a escribir, a cantar, a narrar. Por encima de la libertad de expresión la sumisión que debemos a las creencias religiosas y a los objetos que los demás sacralizan. Por encima de la libertad de expresión el comedimiento hacia las particularidades de cualquier etnia y la urgencia por llevar a las mujeres a condiciones de equidad ante los hombres. Por encima de la libertad de expresión la consideración especial para quienes tienen preferencias sexuales diferentes a las que secularmente hemos dado legitimidad; la multitud que grita «puto» en el estadio ignora que el insulto no es para quien lo dirige, el portero del equipo de futbol, sino para quienes se sienten agraviados porque el vocablo siga siendo usado como injuria.

Pero parece que a últimas fechas hemos puesto algunas notas al pie de la página que habla de las libertades. Leemos libertad de expresión y un asterisco nos remite a alguna salvedad: siempre y cuando los destinatarios, primarios y secundarios, estén preparados para procesar, entender y contextualizar el fruto del uso de la libertad de expresión sin menoscabo de la moral y las buenas costumbres enmarcadas en el código de la corrección política a ultranza, porque en esta república de salvajes, cualquier insinuación prende la mecha, por eso aun en los mundos de ficción, en los novelescos, el rigor para tachar lo que no sea moralmente ejemplar debe ser insobornable.

La corrección política extrema llegó para hacer lo que la educación, las leyes y los tratados internacionales no consiguieron, nos hará buenos; ahuyentará el mal gusto de alguna música popular; extinguirá de las telenovelas las estratificaciones sociales deterministas, el canon estético y los modos de vida que promocionan, nomás han servido para que muchas personas, claro, de dudosa calidad intelectual y ética, se diviertan; hará que los gobernantes se muestren sensibles, al menos al clamor de los oficiantes de la corrección política máxima que otorgan licencia para censurar, qué importa que las autoridades sean impermeables a que en efecto las mujeres pagan cuotas extraordinarias de violencia por el hecho de ser mujeres. Cualquier tirano sonreiría satisfecho: el arte y sus creadores, la cultura y la gente, la política y los gobernantes, la comunicación y los comunicadores, al servicio del mejoramiento moral de la sociedad según el dictado y el buen gusto de quienes saben lo que conviene a todas y a todos, aunque sea sólo para hacer gestos, no para modificar profundamente las actitudes. Quizá la lucha esté en otra parte, con otros argumentos.

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